Está claro que el cepo hay que erradicarlo. Es una señal demasiado relacionada con el régimen económico previo y es, al mismo tiempo, un indicador explícito de una economía aún no normalizada (los países sanos desde el punto de vista macro no tienen cepo)
Terminado el primer trimestre del gobierno de Javier Milei, lo primero que no se puede perder de vista, y que es un cambio copernicano respecto de las últimas administraciones, es que ahora hay en el Gobierno, un Presidente y un equipo, que tienen la determinación de normalizar la macro y arreglar viejos problemas y fallas estructurales.
Se puede poner en duda su eficacia en la gestión (falta de experiencia o falta de trabajo en equipo previa) o su excesiva predilección por la confrontación política, pero no su voluntad para eliminar viejas prácticas y empezar a resolver problemas. No al menos la del Presidente y su núcleo más cercano.
Por su parte, los trazos gruesos del arranque de la gestión Milei están en línea con lo esperado; el terreno había sido preparado para recibir las medidas antipáticas que se sabían necesarias para empezar el camino hacia la estabilidad macro primero y la recuperación económica después.
En el terreno del qué no hay sorpresas: corrección cambiaria y de precios relativos, ajuste fiscal y monetario, desregulación, reformas estructurales y la reforma del Estado eran prescripciones inevitables de la receta para sacar la Argentina adelante. Las consecuencias de las medidas de arranque también habían sido anticipadas: salto inflacionario, caída del poder adquisitivo del salario, profundización de la recesión y descontento social. Tal vez lo no previsto fue que, a pesar de estas consecuencias iniciales, la luna de miel del Presidente con la opinión pública se sigue alargando. Aunque, y estamos acostumbrados a ello, la opinión pública puede cambiar de un momento a otro y puede hacerlo sin experimentar sentimiento de culpa alguno.
Donde sí hay algunas sorpresas es en el terreno del cómo. La corrección de precios relativos es menor a la esperada (arrancó tarde en materia de tarifas energéticas y transporte y la inflación esmeriló buena parte de la devaluación inicial) y muchos precios que intentan recuperar el terreno perdido en el pasado imprimen una inercia que hace más viscosa la desinflación. Por su parte, el ajuste fiscal y del balance del BCRA siguen en el terreno de emergencia, mientras que la desregulación y la reforma del Estado encuentran algunos contratiempos y demoras legislativas y judiciales. Y el cepo, aunque algo flexibilizado, sigue vivito y coleando.
Por estos días, la discusión en torno a su continuidad (o no) han ganado momentum. Fueron el mismo Presidente y su ministro de Economía los que la instalaron. Lo hicieron cuando sostuvieron que no era momento para levantarlo porque subsistía el riesgo de una corrida y que lo harían si tuvieran u$s 15.000 millones adicionales en las reservas del BCRA.
Está claro que el cepo hay que erradicarlo. Es una señal demasiado relacionada con el régimen económico previo y es, al mismo tiempo, un indicador explícito de una economía aún no normalizada (los países sanos desde el punto de vista macro no tienen cepo). Pero además, es difícil que la economía pueda volver a encenderse con cepo. Particularmente no será fácil cumplir las expectativas oficiales respecto de que la recuperación será rápida, una ‘V».
La recuperación económica después de una recesión puede adoptar diversas formas. Entre las formas más comunes se encuentran la recuperación en forma de V, U, L y W, cada una caracterizada por la velocidad y la amplitud de la caída seguida de la recuperación.
Cada forma de recuperación puede ser impulsada por diferentes factores. El consumo privado, por ejemplo, tiende a ser un motor importante en una recuperación en forma de V, mientras que la inversión y las exportaciones pueden jugar un papel crucial en una recuperación en forma de U. La importancia del consumo privado en las recuperaciones rápidas aumenta en las economías donde el consumo explica una proporción significativa de la demanda agregada.
En el caso de Argentina, según datos de 2023, el consumo privado representaba un 74,3% del PBI; mientras el consumo público representaba otro 13,6% del PBI. Teniendo en cuenta que este último lejos de aportar restará del lado de la demanda agregada (dado el fuerte ajuste fiscal en marcha), una rápida recuperación del consumo privado es aún más necesaria para que haya alguna chance de que la actividad económica dibuje una V.
Pero dadas las dinámicas actuales, lo máximo a lo que se puede aspirar en el corto plazo es que el consumo privado deje de caer. Es probable que la pérdida de poder adquisitivo de los ingresos de una gran mayoría de argentinos vaya llegando a su fin, aunque todavía están pendientes correcciones de precios clave (luz y gas) que impactarán en los próximos meses sobre los bolsillos de todos los consumidores.
En los últimos días el Presidente también sostuvo que el ajuste fiscal y monetario es mayor al esperado pero que la caída de actividad es menor a la esperada. Sin embargo, si comparamos la realidad con las estimaciones del mercado (aproximadas por el Relevamiento de Expectativas de Mercado del BCRA) se observa que para el primer trimestre de este año, según el último informe disponible, se esperaba una caída de 3,7% respecto del cuarto trimestre del año pasado. Para que se concrete, dados los datos de enero disponibles (-1,2% respecto de diciembre), la actividad tendría que haber permanecido sin cambios en febrero y marzo, lo cual luce improbable en función de la abundante evidencia anecdótica disponible. De haberse producido caídas similares a las de enero en febrero y marzo, la caída del PBI del primer trimestre sería del orden del -4,8%, lo cual sería mayor y no menor a lo esperado.
Hacia delante la pregunta pasa por dilucidar a partir de qué señales o hechos la demanda agregada volverá a crecer. La inversión podría empezar a moverse a partir de la aprobación de las leyes y la implementación de las reformas pendientes y del levantamiento del cepo. Por su parte, la recuperación del consumo privado requerirá que la desinflación se acentúe y se perciba como permanente y que los ingresos reales (el poder adquisitivo) de los consumidores mejore progresivamente. Mientras tanto, el Gobierno apuesta a que la estabilidad cambiaria y la baja de la tasa de interés en pesos fuercen a esos consumidores a dejar de ahorrar o ‘desahorrar» para consumir. Algo muy poco probable que suceda mientras el cepo siga emitiendo sus señales.
Fuente Cronista